viernes, 19 de diciembre de 2014

Fundamentos y explicación de la Eucaristía: Lección 18 del curso historia de la salvación




Muchos católicos que asisten a la celebración eucarística dominical se quejan de que ésta es demasiado aburrida. Ciertamente, observamos en ocasiones celebraciones rapidísimas, sin homilía ni cantos dándonos cuenta del poco fervor por parte del sacerdote y de los fieles, los cuales se apresuran a dar cumplimiento a esta obligación.

Buscando una respuesta a esta pregunta nos ponemos a pensar, ¿será la solución, acaso adornar las celebraciones quitando las largas oraciones y los sermones y añadiendo música moderna atractiva? ¿O quizás uno de esos nuevos efectos electrónicos, luces y pantallas para atraer a tantos jóvenes que rechazan la Misa?

Sin despreciar, desde luego, todo aquello que puede enriquecer la celebración y disponer a los fieles a una mejor participación (buen equipo litúrgico, una buena homilía, cantos apropiados, etc.). Creo, como sacerdote, que la causa por la cual tantos católicos bostezan a la hora de la celebración es porque se ignoran los fundamentos principales de ese don maravilloso por el que Cristo acompaña a su Iglesia.

Fundamentos y explicación de la Eucaristía

Por ello nos disponemos aunque sea brevemente a repasar y reflexionar en las palabras con las cuales Cristo instituye este sacramento.

Cuando llegó el momento de separarse de los suyos. Jesús quiso dejarnos su mejor recuerdo y la mejor herencia. Pudo habernos dejado un retrato, pero no creyó que su aspecto físico fuera lo más importante. Pudo también, habernos dejado muchos bienes materiales, pero éstos se acaban y además Él era muy pobre porque había renunciado a todo tipo de posesión. Tuvo en cambio la idea maravillosa y genial de dejar el pan y el vino, transformados en su Cuerpo y su Sangre, como el gesto más expresivo de que quería quedarse con nosotros para siempre como el mismo alimento cotidiano.

«Después tomó pan y dando gracias lo partió y se lo dio diciendo: “Esto es mi Cuerpo que es entregado por ustedes”» (Lc 22, 19- 20).

Estas palabras son como una síntesis de toda la vida de Cristo que se dio generosamente y obedeció en todo la voluntad del Padre. Son expresión de su pasión y muerte a fin de que todos nosotros tuviéramos vida y gracias a su Cuerpo y su Sangre, la tuviéramos en abundancia.

«Hagan esto en memoria mía» (v. 19), no sólo se refiere como vamos a ver, al gesto ritual, sino a la actitud que debemos tomar todos de ofrecernos totalmente como Cristo lo hizo. La Eucaristía se presenta como el memorial de cómo Cristo vivió, para que por nuestra participación en ella nosotros vivamos entregándonos a nuestros hermanos como Él lo hizo.

Ahora, analizaremos la Eucaristía en cuanto a cuatro puntos principales para revisar nuestra participación y entender los fundamentos de la misma celebración.

Su Institución

Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo, después de darnos el mandamiento máximo del amor, quiso dejarnos prenda de este amor para no alejarse nunca de nosotros y hacernos partícipes de los frutos de su pasión. Por ello instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y resurrección. Por memorial debemos entender no sólo un recuerdo de un acontecimiento pasado, sino la proclamación de las maravillas que Dios ha realizado en favor de los hombres; significa hacer presente, dar sentido actual a su Pascua.

Cuatro veces encontramos narrada la institución de la Eucaristía; tres veces en el evangelio (Mt 26, 26- 29; Mc 14, 22- 25; Lc 22, 19- 20) y una vez en la primera carta a los Corintios (1 Co 11, 23- 35). Las primeras comunidades cristianas fueron fieles a estas palabras del Señor y celebraron en su nombre este sacramento. Asimilaron que por esta celebración no sólo se acordaban de Cristo, sino que los introducía al mismo misterio de su muerte y resurrección. Obviamente, la celebración exigió que se realizara con todos los gestos de Jesús: Tomar el pan y el vino para que fueran transformados en su Cuerpo y en su Sangre.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 42- 47) se aclara que se realizaba el primer día de la semana, es decir, el domingo Día del Señor. Era toda una celebración que reunía a los cristianos para festejar la victoria de Cristo; escuchaban la enseñanza, partían el pan y convivían con alegría y sencillez. Hasta nuestros días la celebración eucarística se ha venido realizando en todas partes con esta misma secuencia: Enseñanza apostólica «Palabra de Dios», «fracción del pan» y «oración y comunión fraterna».

Una vez que el católico es evangelizado también llega a considerar la Eucaristía como una gran fiesta, un banquete en el que Dios nos da lo mejor de sí: La Palabra que es la voz de Dios que nos anima a seguir adelante en la lucha de la vida y el alimento que es Cristo. Por eso cuando asistimos a una Misa y no escuchamos ni comulgamos equivale al caso de ir a una comida y no haber comido.

Presencia Real de Cristo

El modo de la presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas pan y vino es muy especial. Pone a la Eucaristía por encima del resto de los sacramentos, pues en ella está contenido «verdadera, real y substancialmente» Cristo en Cuerpo, Alma y Divinidad.

El valor del sacramento definitivamente, va más allá de ser un símbolo de utilidad pedagógica. Realmente realiza eficazmente lo que significa. El pan y el vino consagrados no sólo recuerdan que Cristo se da a nosotros sino realmente recibimos a Cristo que se hace sustancia nuestra, de manera que podamos decir como san Pablo: «Ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20).

Para explicar esta presencia milagrosa, la Iglesia ha utilizado la tradicional teoría de la «Transubstanciación» que explica que por la consagración por parte del sacerdote y con el poder de Dios tiene lugar una conversión de las substancias del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Esta transformación que ocurre, es inaceptable para la mentalidad científica, que entiende el concepto «substancia» más bien ligado a la composición química, la cual sigue inalterable. Substancia para el creyente es más bien la realidad última, el ser profundo del pan y el vino, que en apariencia siguen conservando sus características propias. Todos los hombres encontramos mucha dificultad para aceptar este hecho incomprensible a la razón (cfr. Jn 6, 60). Sin embargo, para animar la fe de los débiles, Dios ha permitido en algunas ocasiones los famosos milagros eucarísticos en los que contemplamos evidentemente el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Recordamos el milagro de Lanciano, Italia, que animó no sólo la fe de los fieles sino la del propio sacerdote que dudaba que por sus propias manos pudiera darse este milagro.

Hoy en día los teólogos se empeñan en poner nuevas teorías que expliquen esta transformación, pero sea como fuere, el católico cree y acepta la presencia real no sólo como una teoría o explicación racional, sino como un gran milagro que antes de cuestionar debemos agradecer. La más grande prueba de la presencia de Cristo en la Eucaristía son, sin duda, los frutos de santidad entre los fieles y los ánimos de servicio que genera en todos los que comulgamos.

De ahí puede explicarse la tibieza de muchos católicos para asistir a la celebración pues al no querer o no poder comulgar no le encuentran sentido a su participación.

Con las palabras: «Hagan esto en memoria mía», Jesús mandó a sus apóstoles a repetir este gesto en memoria de su sacrificio redentor. Sin embargo, para los primeros cristianos la Eucaristía, más que un mandato, era una celebración al modelo de una fiesta en la que Cristo vuelve a partir el pan como lo hizo en su última pascua entre los hombres. San Juan Crisóstomo decía: «En la Eucaristía, Cristo se halla entre nosotros, ¿hay mayor prueba de que es una fiesta?».

Por lo mismo, hablar de la «obligación de ir a Misa» ya da una idea de que no hemos captado la esencia de la celebración. Pareciera como si nosotros le hiciéramos un favor a Dios participando en ella. Y es que al asistir a la Misa nos abrimos a todo lo bueno que Cristo quiere darnos que son los frutos de su pasión y muerte. El no participar plenamente equivale a hacer inútil el sacrificio de Cristo.

Obviamente, esta luz, tiene que ser un descubrimiento enteramente personal fruto de un encuentro con Cristo a través de su Palabra. No se puede forzar a alguien para que participe de la celebración cuando no está convencido ni evangelizado. Por lo mismo, es conveniente que haya una adecuada catequesis previa y un seguimiento posterior a la primera comunión para que ésta no sea la última y el niño o joven capte la importancia de la comunión frecuente. El testimonio de los padres de familia es determinante.

La Eucaristía como sacrificio de comunión entre Dios y los hombres

Otro gran aspecto de este sacramento es su consideración como sacrificio de comunión con Dios, por el cual la muerte de Cristo en la cruz para darnos la comunión con el Padre, permanece siempre actual. El Concilio Vaticano II nos dice: «Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz en el que Cristo nuestra Pascua fue inmolado, se realiza la obra de nuestra redención.» (LG 3).

Este carácter sacrificial se manifiesta en las mismas palabras consagratorias «Beban todos porque esta es mi sangre, la sangre de la Alianza que es derramada por una muchedumbre para el perdón de los pecados» (Mt 26, 28). De este modo, cada vez que participamos de la Eucaristía actualizamos el sacrificio por el cual Cristo mismo se ofrece como víctima para salvarnos, pero Él ahora ya no sufre porque está resucitado y glorioso a la diestra del Padre.

Al mismo tiempo, La Eucaristía nos integra a la comunidad pues Cristo se presenta como Cabeza del Cuerpo de la Iglesia que formamos todos los bautizados. Por eso todas nuestras vidas, junto con nuestras alegrías y sufrimientos, nuestros trabajos y oraciones, adquieren en Cristo un nuevo valor. Todo sacrificio presentado en el altar da a todos los hombres la posibilidad de unirnos al Padre, por los méritos de Cristo que se ofrece por nosotros y nos une como una sola familia.

Por lo tanto en la Eucaristía, no debe haber injusticias, divisiones o rivalidades, porque estas se oponen en sí mismas a la esencia de este sacramento de comunión. En los primeros tiempos del cristianismo, tal era el respeto a la Eucaristía que los fieles que tenían problemas entre sí y no se habían reconciliado no debían acercarse pues profanaban el Sacramento (cfr. 1Co 11, 17- 34).

Hoy en día, todo esto se ha perdido de vista y la celebración eucarística para muchos católicos está totalmente fuera de la realidad ordinaria. Considerada sólo como auxilio de un Dios que está fuera de este mundo, incapaz e impotente de realizar la justicia. Si es así, la Misa parece no decirnos nada y está sin relación con la vida personal y social, ¿será por esto que la Misa nos parece aburrida?

La solución entonces, para una mejor y mayor participación en la Misa, no la debemos esperar sólo de un buen sacerdote que celebre fervorosamente, una buena liturgia y cantos, que sería lo ideal; sino más bien de una buena evangelización que presente a la Eucaristía como el centro y el culmen de la vida cristiana. Si hemos hecho esta experiencia vital con Cristo, la celebración se convierte no en obligación o costumbre sino en una necesidad apremiante, porque ella nos alimenta del amor y la gracia para poder seguir adelante.

TAREA mandarla al correo:

1.- ¿Qué es la Eucaristía como sacramento y como sacrificio?

2.- ¿Cómo explicas la presencia real de Cristo en la Eucaristía? ¿Es auténtico milagro?

3.- ¿Cuál sería tu actitud hacia el tipo de personas que no quieren saber nada de la Misa?


4.-¿Qué sugerirías para que la Misa fuera mejor aprovechada?



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