viernes, 19 de diciembre de 2014

El Hijo de Dios nace de la Virgen María: Lección 10 del curso historia de la salvación


Abajo la dirección para escuchar el audio de este tema 

El Mesías esperado por los siglos, irrumpe en la Historia para dejar atrás la época fría de la ley y lograr la nueva y definitiva alianza «Dios está con nosotros». El nacimiento del Hijo de Dios es el acontecimiento trascendental que viene a colmar los profundos anhelos de amor, paz y justicia que tiene todo hombre. Hoy, como ayer y siempre recordar este misterio de redención no debe ser sólo un deber de la memoria, sino la invitación divina a abrir las puertas de nuestra vida a Jesús el Señor.


Para empezar la lección haremos nuestra oración. Esta vez tomaremos el «Magníficat» mejor conocido como «la Magnífica» (Lc 1, 46-55), la cual es la alabanza de María al Señor por haberse fijado en ella para ser colaboradora de su plan de salvación. Nos uniremos en esta alabanza al Padre porque en su amor y misericordia infinita nos ha dado a Jesucristo como Salvador. Después decimos esta oración: «Te damos gracias Señor por el don de la vida que nos concedes, haznos humildes y sencillos para que podamos reconocerte y servirte en los hermanos. Amén.» (Ave María y Gloria).

Recordatorio de la lección anterior

En la lección anterior: «Los profetas hablan en nombre de Dios» tomamos conciencia de la maravillosa misión que Dios nos concede a todos los bautizados, de anunciar su mensaje de salvación a los hombres. Tal vocación es innata a nuestro bautismo pero Dios la despierta y aviva mediante su Palabra que nos empuja a esta experiencia.

La misión profética es difícil y contradictoria, pues al mismo tiempo que somos iluminados con la luz de su Palabra, también cargamos la responsabilidad de una misión de vida o muerte. No obstante esto, el profeta asimila que las pruebas y dificultades sufridas por la evangelización nos unen más a Cristo, y el apostolado lejos de desanimarse y retroceder se fortalece vigorizando la predicación. Esta experiencia del llamado de Dios hace al hombre reconocer sus pecados y debilidades para sentir necesidad de una constante purificación. Dios no se fija en nuestras virtudes o méritos; es por su infinita bondad que nos llama a colaborar.

Dentro de los muchos aspectos del mensaje profético subrayamos:

1) Mostrar el verdadero culto que agrada a Dios, comentábamos al respecto que las mandas, peregrinaciones, medallitas, etc. no sirven de nada si no van acompañadas del esfuerzo sincero de conversión.

2) Denunciar las injusticias que oprimen a los hombres de hoy. No es posible construir una vida cristiana cerrando los ojos a todas las situaciones injustas que nos rodean. Observar el hambre, la miseria, la vivienda indigna y el desempleo sacuden fuertemente nuestra conciencia y nos empuja a trabajar sin descanso en la solución de estos problemas.

3) Condenar la visión materialista y consumista de nuestra sociedad por ser un claro rechazo a Dios. Señalábamos que las modas, la música y los videos son esos «pozos agrietados que no retienen el agua» (Jr 2, 13), pues nos brindan una falsa felicidad que nunca satisface el corazón humano ¡Sólo Dios hace al hombre feliz! Por eso, el Señor nos exhorta a formar un ambiente cristiano del que surjan almas entregadas al bien. Todos somos responsables del ambiente que formamos. Es un error pretender que sólo los sacerdotes, religiosas y comprometidos estén llamados a esta misión. La tarea de formar la Iglesia depende de cuánto nos dejemos iluminar por Dios.

4) Anunciar un mensaje de paz y esperanza. Se trata de una Alianza nueva que Dios pactará con los hombres; de ella nos vendrán las fuerzas para vivir en el cumplimiento de la voluntad divina. Por ello, el cristiano debe abrirse con optimismo a la vida pues se nos ha prometido un espíritu nuevo que cambiará nuestro corazón de piedra por uno de carne, capaz de amar y perdonar.

El cómo se cumplirán esas promesas será el tema de esta lección que comenzamos:


VENDRÁ UN MESÍAS

Isaías 7, 14
La promesa de la venida de un Mesías Salvador es cada vez más insistente. Ahora el profeta Isaías anuncia que este Mesías nacería de una virgen, tal como lo había predicho el mismo Dios desde el principio de la historia humana (Gn 3, 15). Posteriormente, Abraham había recibido como premio a su fe una promesa de bendición para todos los pueblos de la tierra. El rey David contó también con un anuncio semejante: Su descendencia iba a estar siempre presente delante de Dios por medio de un reinado perpetuo. Y por si fuera poco, los profetas insisten de diferentes modos la venida próxima de un tiempo nuevo.

El pueblo de Israel estaba consiente de este acontecimiento profetizado en las Escrituras y le daba su propia interpretación. Los pobres, sedientos de justicia y cansados de la opresión romana, deseaban ver este Mesías como un caudillo poderoso y magnífico que los iba a liberar de la miseria. Los sacerdotes y fariseos lo imaginaban como el rey deslumbrante de gloria venido de lo alto que se instalaría en el templo para gobernar. En fin, cada quien se hacía su propia idea del Mesías de acuerdo a su gusto o a su conveniencia. Sólo un grupo, el de los «pobres de Yahvé» (concepto que revisaremos a lo largo de la lección) al no entender la grandeza de este acontecimiento, oraba y se purificaba en el silencio en espera de este Mesías salvador, pues sabía que era necesaria la pureza de vida para entender los designios divinos.

Se ha dicho muchas veces a lo largo de este curso que el Señor nunca olvida sus promesas. De muchos modos y muchas maneras él había hablado a su pueblo para manifestarle su predilección, pero viendo su dureza y terquedad está dispuesto a dar la prueba más grande de su amor. El amor divino siempre toma la iniciativa para acercarse a los que ama y darles la alegría máxima. El cincelazo No. 15 nos da la idea: «El amor es por sí mismo efusivo, Dios que es Amor, no pudo contener esta fuerza desbordante y se volcó, dando a los hombres su mismo Hijo».

Lucas 1, 26-27
La iniciativa divina de redención está puesta en marcha. Conforme a la promesa hecha al rey David, de su casta vendría el Mesías. La elegida es una joven virgen de Nazaret cuyo nombre es María. Ella, como toda fiel judía era de aquellas que esperaban al Mesías y se había abandonado totalmente a Dios. Por las Escrituras sabía que este enviado de Dios vendría en auxilio de los pobres y oprimidos para formar una sociedad de paz más justa y fraterna.

María es también una «pobre de Yahvé», como lo son todos aquellos hombres y mujeres sencillos y humildes que no poniendo su confianza en las cosas se fían totalmente de Dios. Son el «resto» que han perseverado esperando esa intervención liberadora.

De ninguna manera el concepto «pobre de Yahvé» tiene un sentido material, sino de desapego y desprendimiento necesario para poder recibir todo lo que Dios quiere darnos. Los pobres son felices no por no tener nada, sino porque están en condición de abrirse al Reino de Dios. ¿Hay ricos que pueden ser pobres? Es difícil, sin embargo, con la ayuda de Dios es posible vivir en una actitud de desapego franco de las cosas materiales a pesar de poseerlas, claro está, con el peligro constante de poner en ellas nuestro corazón. La sencillez de vida y la austeridad, son requisitos para esta pobreza evangélica.


SE CUMPLEN LAS PROMESAS

Lucas 1, 28- 29
El anuncio del ángel Gabriel a la Virgen María es un saludo de gozo y alegría propio del que trae buenas noticias. La palabra «alégrate» revela al hombre la bondad de este gran acontecimiento por venir. El calificativo «llena de gracia» (del que hablaremos más detenidamente en la siguiente lección) significa la predilección gratuita que Dios tiene por María. Ella es la joven sencilla de Nazaret que había consagrado su vida en espera del Mesías. Su fidelidad y pureza la convirtieron en el diamante más puro de toda la humanidad que Dios escogiera como colaboradora en su plan de redención porque Él elige a los corazones limpios y sencillos que han purificado su vida en la oración. Solo ellos pueden hacer esta experiencia que se revelará en Jesucristo. La pureza de vida le permite al hombre acoger los dones divinos con docilidad. El cincelazo No. 1171 nos lo afirma: «Ver a Dios o no verlo, depende de la pureza de nuestra vida».



Lucas 1, 30- 38
El ángel también anuncia el modo como se iba a realizar el acontecimiento salvador. «El Espíritu Santo descenderá sobre ti» (v. 35) María no supedita la acción del Espíritu, ella es quien es preparada y transformada por Él para ser convertida en su propia morada. De ahí en adelante, María será «Sagrario del Espíritu Santo» y la presencia de Dios nunca abandonará a la humanidad. Ya entendemos entonces el título de María como «Arca de la Alianza».

A la propuesta divina, María responde: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí lo que has dicho» (v. 38). Este «Sí» generoso no sólo fue una aceptación personal sino fue dicho a nombre de toda la humanidad para acoger al Hijo de Dios, pues ella representa lo mejor de la raza humana. Es la criatura única predestinada para la Encarnación del Hijo de Dios. Al momento de proclamar su «hágase» el Hijo de Dios nace en el vientre virginal de María.

La Encarnación del Hijo de Dios es el misterio más grande de su amor pues, de este modo, se solidariza con toda la pobreza humana, asumiendo todas las partes de nuestra débil naturaleza. Jesús es en todo un hombre y su nacimiento será también a través de un parto normal y su madre lo amamantará. Este abajamiento de Dios le permitirá apropiarse de todo lo humano para así poder redimirlo. ¿Qué mayor redención se puede pedir? Dios ama y salva al hombre por medio de esta unión tan íntima ¡Ha tocado nuestra naturaleza humana en lo más profundo! Gran misterio del amor es éste que ni la ciencia ni la imaginación podrá explicar y sólo la poesía se ha atrevido a esbozar.

Lucas 1, 46- 48
Este texto es parte del «Magníficat» de María, que hemos hecho como oración al principio de la lección. Es la alabanza de María a nombre de todos los hombres (v. 48). Ella y la humanidad se desbordan de alegría por ser el objeto de la predilección divina. Es de notar la humildad de María que nunca se envanece en sí misma, sino que todo lo dirige a Dios. La humanidad festeja la gloria de Dios en la experiencia única de María que ha quedado en la Iglesia como puente entre Dios y los hombres; ella es la criatura que Dios elevó y acercó en sí mismo para poder en ella comunicarse al mundo.

La conversión virginal del Hijo de Dios abre otro rumbo para la historia. El Antiguo Testamento queda concluido, las ansias del pueblo de Israel han quedado satisfechas con la venida del Salvador que nos enseñará el camino para una alianza definitiva con el Padre.


NACE EL HIJO DE DIOS

Lucas 2, 6- 7
Por ser el Hijo de Dios altísimo, Jesús el Salvador ha tenido un acontecimiento tan desconcertante como divino y el que el recién nacido haya sido acostado en un pesebre también nos parece algo raro.

Si nosotros hubiéramos podido planear el nacimiento de Jesús, tal vez lo habríamos hecho de manera muy distinta. Seguramente le reservaríamos un palacio con mucho tiempo de anticipación para que no sufriera los tumultos ni la escasez, pero contrariamente al parecer humano el Padre celestial le buscó un lugar pobre, porque era preciso que nos diéramos cuenta que Jesús escoge para nacer precisamente los lugares desprovistos y desmantelados. Jesús desde su nacimiento abrazó la pobreza en toda la extensión de la palabra.

El gusto de Jesús de nacer en este pequeño y humilde lugar es un consuelo para todos los hombres, que ahora tenemos la seguridad de que no despreciará la pobreza y miseria de nuestro corazón. Es signo de que Dios está dispuesto a aceptar cualquier humillación por nosotros. Su pobreza nos ayuda a comprender la vanidad de las comodidades del mundo y la superficialidad de la riqueza comparada con su presencia en nuestra vida. En oposición, los arrogantes y orgullosos que prefieren la fama y la riqueza no quieren ni pueden recibir a Cristo. Lo dice el cincelazo No. 323: «Jesucristo rechaza la presunción y la hipocresía y se siente atraído por la humildad».

El que Jesús nazca en el corazón del hombre no debe ser sólo un recuerdo de lo que pasó hace dos mil años, ni tampoco una invitación romántica propia de la navidad, sino una propuesta seria y exigente para los hombres de hoy. Para que esto se realice es necesario un gran deseo y perseverancia para obtener esta gracia, pues Jesús no es un sentimiento ni una sugestión sino el Amor que nos empuja a darnos generosamente a los demás. El cincelazo No. 221 nos dice: «Sólo si nos dejamos mover por Jesús, podemos ser instrumentos de salvación para muchos hermanos».

Lucas 2, 13- 14
Hoy día, millones de personas en el mundo celebramos la navidad, incluso los ateos y los incrédulos no dejan de sentirse arrastrados por esta fiesta universal. El consumismo y la mercadotecnia han ensuciado el verdadero sentido de este tiempo de paz y alegría verdaderas. En cambio, el cristiano reconoce que no hay alegría más grande que tener a Dios con nosotros, ni paz más profunda que la de saber que Jesús se ha hecho hombre para perdonar nuestros pecados.

¿Cómo podemos celebrar auténticamente la Navidad? El texto que reflexionamos nos da la respuesta: «Gracia y Paz a los hombres de buena voluntad» (v. 14). Sí, lo que se necesita es buena voluntad y disposición para que Jesús nazca en el corazón. Esta buena disposición equivale a un fuerte deseo de abrirnos a un estilo de vida diferente; a vivir abiertos al amor de Dios que quiere derramarse a todos los hombres. Santa Teresita del niño Jesús en su «Historia de un alma» nos cuenta como en una navidad el Señor transformó su vida: «Después de aquella noche bendita, nunca fui vencida en ningún combate. Recibí el gozo de recibir al Dios fuerte y poderoso... En un instante, lo que no había podido hacer en diez años, Jesús lo hizo contentándose con mi buena voluntad que jamás me faltó».

Lucas 2, 15- 17
Los pastores también son «pobres de Yahvé» que por poseer muy poco estaban capacitados y en disposición de recibir. Por eso, al escuchar de los ángeles el anuncio del nacimiento del Salvador (v. 11) fueron «apresuradamente» a ver al recién nacido.

El acontecimiento de redención no fue revelado a los poderosos de ese tiempo. Los reyes y gobernantes permanecieron ajenos a este hecho histórico. La razón, Jesús nos la da en su propio evangelio: «Padre, Señor del cielo y de la tierra, yo te bendigo porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has mostrado a los pequeñitos» (Lc 10, 21) Dios no tiene alegría más grande que la de darse a conocer a los hombres sin importar raza, lengua o religión. El evangelista refiere que fueron guiados por una estrella que los condujo hasta Belén para adorar al niño Jesús porque reconocieron en Él al Rey de todas las naciones.

Este texto tiene enseñanzas muy importantes: Primero, darnos cuenta que el nacimiento del Hijo de Dios es para toda la humanidad. Dios se ha hecho hombre para salvar a todos los hombres. Su gloria y esplendor iluminan a todos los pueblos.

Por otra parte, nos deja un mensaje más existencial: Dios se vale de todos los medios para atraer la atención de los hombres; en este caso se valió de los astros para llevar a los magos al encuentro de Jesús. Los magos de Oriente eran en realidad astrólogos o sacerdotes de otra religión que en su inquietud y curiosidad llegaron a la presencia del Hijo de Dios. De este modo, Dios habla a los hombres de hoy a través de los acontecimientos y de las propias aficiones que los van guiando hasta Cristo. La ciencia en muchas ocasiones ha sido el medio por el cual muchos sabios han vuelto su mirada al Creador de todas las cosas. Toda la naturaleza tiene el sello de Dios y, el científico que quiera ser honesto tendrá que reconocer al final de su investigación el misterio divino que con perfección ha hecho todo cuanto existe.

Mt 2, 13- 23
Todo el capítulo segundo de Mateo tiene por objeto ocuparse de la persecución de Jesús. Herodes es el rey mezquino, inseguro y supersticioso que temiendo que le arrebataran sus privilegios, empezó una persecución indiscriminada contra Jesús que lo llevó a la matanza de muchos niños inocentes. Su ambición por la riqueza y la fama le impidieron reconocer en aquel niño el Mesías de Israel. El App. No. 291 nos recuerda: «La mezquindad es un estado de ánimo que incapacita para responder a Dios».

La persecución a Jesús nunca pudo acabar con el mensaje de salvación, al contrario hemos visto a lo largo de la historia que en las pruebas y dificultades la fe se madura y el amor se fortalece. Dios Padre nunca abandonó a la Sagrada Familia que creció en la fe y en la obediencia a sus planes.

Lucas 2, 41- 52
Este episodio de la infancia de Jesús nos revela su personalidad e independencia para estar en las «cosas del Padre» (v. 49). El niño Dios nunca se perdió, Él bien sabía dónde se encontraba. La angustia natural de José y María también descubre sus diferentes mentalidades: La de Jesús, buscar al Padre; y la de José y María, buscar a su hijo.

Jesús no es un niño grosero o desconsiderado con sus padres. El v. 51 nos dice que Jesús vivió toda su juventud obedeciéndoles; pero era necesario que sus padres se dieran cuenta que las cosas de Dios son más importantes y que por ellas, es necesario aceptar cualquier sacrificio y ruptura. Jesús intuía su misión y desde esa temprana edad estaba determinado y decidido en la búsqueda de a voluntad divina. Podemos imaginarnos la incomprensión de José y María; para ellos también hay una constante búsqueda. Como hombres de fe, les costó entender los planes de Dios y tuvieron que aceptar que aquel hijo que tenían era más de Él que de ellos.

Encontrar a Jesús en el templo es una enseñanza para todo aquel que siente la inquietud de conocerlo. Los sacramentos, la palabra de Dios y la oración, son los medios principales por los cuales conocemos a Jesús aunque por ser Él un misterio, nunca acabamos de conocerlo. Conociéndolo un poco llegamos a comprender que en Él está el mismo Dios. Nunca acabaremos de responder a la pregunta: ¿Quién eres tú Jesús? Es una inquietud constante e imborrable que se despierta en nosotros, un compromiso que se olvida pero que reaparece como una obsesión. Estamos de acuerdo con san Ignacio de Loyola que decía: «Sólo hay una enfermedad incurable para el hombre, su nombre es Jesús».

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1. ¿Quiénes son los «pobres de Yahvé»?

2. ¿Quién es para ti el Mesías?

3. ¿Qué sugieres para que nuestra sociedad actual celebre la navidad cristianamente?

4. ¿Cómo podrías demostrar que Jesucristo es verdaderamente el Mesías enviado por Dios?


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