viernes, 19 de diciembre de 2014

Abraham confía en Dios: Lección 04 del Curso historia de la Salvación


Al final del escrito el  audio del tema


El amor de Dios es efusivo necesita darse a toda costa. Por eso, a pesar de las continuas infidelidades humanas Dios busca a un hombre que confíe en Él para empezar un nuevo pueblo.

En esta lección, la palabra de Dios nos dará la respuesta a la pregunta: ¿Qué es la fe? A través del ejemplo de Abraham “el padre de la fe» aclaramos su significado verdadero, distinguiéndolo de una simple creencia o de un sentimentalismo superficial.

Empezamos nuestra lección con la oración acostumbrada. Esta vez tomaremos el salmo 23, conocido como el salmo del "Buen Pastor"; es la oración del hombre que confía en el Señor, su pastor, que lo conduce por los caminos seguros hasta su presencia. La confianza en Dios es una de las dimensiones más importantes de la fe que subrayaremos a lo largo de la lección y nos dará la pauta para introducirnos en el propio misterio divino.

Después de rezado el salmo hacemos esta oración:
«Concédenos Señor, la suficiente sensibilidad a tu Palabra, para que podamos entender, cómo podemos dirigirnos a Ti. Aumenta nuestra confianza en Ti y de ese modo nos abandonemos enteramente a tu voluntad. Amén». (Ave María y Gloria).

Recordatorio de la lección anterior:
En la lección anterior «Los hombres rompen con Dios» se reflexionó sobre la realidad más triste del hombre: El pecado, el cual se definió en términos de un rechazo de Dios, pues pensó que Éste le estorbaba para su realización.
Esta separación le trajo al hombre caras consecuencias. Por principio perdió la amistad divina, de ahí en adelante tendrá que sufrir, trabajar, morir. El hombre ya no es más el rey de la creación; como creatura se enfrentará a las fuerzas de la naturaleza superiores a las de él.

Por el pecado de Adán, el primer hombre, todas las generaciones tenemos que arrastrar ese «defecto» que nos hace tender obstinadamente al mal. A pesar que Dios le muestra al hombre muchos gestos de misericordia, éste no los supo valorar.

También analizamos el acontecimiento del diluvio, en el que descubrimos el deseo ardiente de Dios para que el hombre no se perdiera en el pecado. Tanto fue su deseo que estuvo dispuesto a salvar al hombre a costa del mismo hombre. Así que rescató a Noé, el único justo, para empezar con él un nuevo pueblo limpio de maldad. Este hecho nos hacía reflexionar sobre la importancia que tiene el hombre para la salvación de la humanidad; en la balanza de Dios, pesa más un justo que muchos pecadores.

Por último, revisamos el episodio de la torre de Babel, que nos muestra una vez más cómo el hombre ha estado siempre inclinado al mal. La soberbia le hizo sentir capaz de hacer muchas cosas sin necesidad de la ayuda divina, pero una vez más Dios arregla las cosas, para que el hombre advierta su condición de creatura y reconozca que necesita de Él para todo proyecto que intente.

En este momento, retomamos el hilo de nuestra historia de la salvación, para continuar con la tercera lección.


Veamos el texto:
¿QUÉ ES LA FE?
Gén 12, 1- 5
Dios nunca se cansa de buscar al hombre su creatura predilecta. Por eso, a pesar del rechazo y de las constantes infidelidades de éste, buscó el modo de relacionarse con él. El primer hombre Adán, no tuvo confianza en Él y rompió las relaciones de amistad. Para reanudar nuevamente este diálogo, Dios busca a un hombre que confíe en Él.

Abraham es ese hombre en el que Dios confía para empezar una nueva relación con la humanidad. Dios le pide: «Deja tu país, a los de tu raza y a la familia de tu padre y anda a la tierra que yo te mostraré».

Dios llama a Abraham a emprender una experiencia única y maravillosa pero al mismo tiempo incierto y riesgoso. No obstante que él ya era viejo de setenta y cinco años confió en este llamado y partió para atender la promesa. Sabe que Dios es quien se lo pide y que se lo pide para darle aquello que anheló toda su vida: tierra y descendencia.

En Abraham encontramos la fe auténtica que Dios quiere en el nuevo pueblo que Dios quiere formar. Conviene que analicemos más detenidamente, puntualizando:

La fe es la respuesta a la llamada de Dios.
Abraham no partió de su tierra por iniciativa propia sino por responder va la llamada imperativa y exigente de Dios. No atendió una voz en el vacío, sino a la voz amorosa de su Creador que le prometía todo lo que él podía anhelar. Abraham tuvo una confianza muy grande, creyó en las promesas divinas y se abandonó en Dios sabiendo que no quedaría defraudado.

De ese modo Dios inicia una nueva relación con el hombre; ha encontrado por fin al hombre dispuesto y confiado, en quien fundamentar al nuevo pueblo. Son precisamente estas cualidades las que agradarán a Dios, más que cualquier obra buena. La confianza en Dios es una de las dimensiones más importantes de la fe, pues nos da la posibilidad de captar el misterio divino. Dice el cincelazo 1107: «La confianza en Dios nos capacita para entender la verdad». No hay quien pueda entender a Dios ni su voluntad, si antes no ha depositado en Él toda su confianza; una vez que se ha puesto todo en sus manos, es más fácil entender sus caminos.

LA FE ES UN MOVIMIENTO «DINÁMICO» AL SERVICIO DE DIOS
El texto que hemos leído recalca los verbos de movimiento: Dejar, salir, partir y andar. Todo ello revela que la fe nunca puede ser aceptación pasiva de una promesa sino que implica ante todo movimiento. Nunca puede uno quedarse cruzado de brazos después de haber recibido el llamado de Dios; la misma Palabra hace sentir al hombre el urgente deseo de responder.

La fe nunca puede quedarse como una simple aceptación de las verdades de la Iglesia, es por esencia, una actitud ante la vida, que nos hace estar en constante diálogo con Dios para poder realizar esa misión redentora que Él mismo nos participa. Tampoco es una simple creencia o ese sentimentalismo superficial tan propio de los ingenuos.

En nuestra experiencia apostólica, en particular en los visiteos, los Servidores de la Palabra nos hemos dado cuenta del concepto de fe tan reducido que tiene nuestro pueblo. Las personas no dicen: «Yo tengo fe, quiero mucho a Dios; mire aquí tengo mi virgencita, además voy a misa cuando me nace y de vez en cuando me voy de peregrinación a San Juan, etc.». La fe no es un sentimiento, sino la aceptación racional de la propuesta de Dios a vivir a nuestra vida de un modo diferente. De nada nos servirán nuestras creencias y devociones si no estamos dispuestos a ponernos en marcha y a «hacer» lo que Dios nos pide. Recordemos la misma frase de San Pablo: «Una fe sin obras es una fe muerta».

Esa respuesta que da el hombre representa la bendición para muchos otros hombres. Dios participa sus propios proyectos para salvar al mundo. Es necesario creer en las promesas divinas: «En ti serán benditas todas las naciones de la tierra». El cincelazo 1096 nos dice: «Todos los que nos ponemos en las manos de Dios, asumimos un papel primordial en la historia de la humanidad. La felicidad de los demás depende de nuestra entrega a Dios».

LA FE EXIGE ROMPER CON MUCHAS COSAS
Abraham no hubiera podido responder a Dios si no hubiera estado dispuesto a renunciar a su vida cómoda y a sus antiguas creencias; siendo un hombre instalado en la riqueza y la abundancia, lo arriesgó todo para entender la voz de Dios.

Al cristiano de hoy, Dios le pide también, dejar tantas y tantas cosas que impiden nuestra relación con Él; esos falsos dioses que nos roban el tiempo que debemos al Dios verdadero. No se puede tener fe y seguir conservando la misma actitud de no querer desprenderse de lo que más nos gusta. Cada uno de nosotros tiene sus propios «diositos» a los que rendimos culto y no queremos abandonar. Para unos es el dinero, para otros la fama, la moda, la pereza, los vicios, las diversiones. etc. Son muchas las cosas que nos atan y nos impiden que sigamos el llamado de Dios a una vida de fe.

Gén 15, 5- 6
No obstante que Dios le hace promesas difíciles de creer, él sabe que Dios no puede equivocarse o engañarlo; Él le ha prometido una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo y como las arenas de las playas. Humanamente, la promesa se presentaba punto menos que imposible de realizar, pero para Abraham, el hombre de la fe, es la motivación para seguir adelante, su corazón es todavía capaz de esperar lo imposible no es tan viejo para cerrarse a esta invitación a formar un pueblo numeroso.

Gén 18, 9- 15
Pasados veinticinco años de peregrinar por el desierto, Dios por medio de tres ángeles revela a Abraham que por fin se cumplirán sus promesas. Tal es la sorpresa de Sara, que se hecha a reír no creyendo que siendo tan vieja aún pueda tener un hijo. ¡Y es que no era para menos! Si veinticinco años antes, que se dice fácil, era difícil que se pudiera tener un hijo, ahora se antoja imposible, pero como nos dice la misma Palabra: ¿Hay algo imposible para Dios? (v.14).
Este texto viene a hacernos reflexionar sobre una idea importante «El tiempo de Dios no coincide con el tiempo de los hombres». Cualquier mujer al igual que Sara se hubiera reído de tal anuncio; cualquiera se hubiera cansado de esperar inútilmente confiando en una promesa dicha hace tanto tiempo. Sin embargo, Abraham nunca se desesperó pues sabía en quien había puesto su confianza. En muchas ocasiones nosotros queremos que pronto se realicen las promesas divinas; llegamos incluso a lanzar expresiones: «A mí Dios no me escucha; no se acuerda de mí». El cristiano verdadero, en cambio, sabe que tarde o temprano, en el momento justo, se realizarán las bendiciones prometidas. El silencio y las pruebas sufridas son proporcionales a las bendiciones esperadas. San Francisco de Asís exclamaba: ¡Tanto bien espero, que las dificultades, el silencio y las pruebas son para mí, una alegría!

Gén 18, 20- 33
Esta cita nos narra cómo Abraham es capaz de pedir por dos ciudades perdidas irremediablemente en la maldad. Abraham ruega, suplica, insiste sin conseguir lo que desea; Dios está decidido a acabar con estas ciudades por no encontrar en ellas siquiera diez justos que pudieran ser el objeto de salvación. En apariencia la oración de Abraham fue inútil e infructuosa, pero fue de tal modo insistente que acabó conformando su voluntad con la voluntad divina. La oración de Abraham fue un prepararse para aceptar mejor la voluntad de Dios de intervenir drásticamente para acabar con la maldad.

Las expresiones «No se enoje mi Señor», «perdone mi atrevimiento», vienen a indicarnos también una de las condiciones que debe tener la oración para que ésta sea escuchada: La humildad. El poder de la oración está en cuán humilde y confiada sea ésta: Los grandes ante Dios son aquellos que piden con humildad y con fe, son ellos los que logran los favores de Dios, pues con la oración abrimos las puertas a la gracia divina que quiere actuar en el hombre.

La oración es la súplica que sale de un corazón lastimado al contemplar la miseria y dolor humanos. Ella es el medio principal por el que se convierten los alejados de Dios. Mucha razón tenía San Carlos Borromeo al decir que las «Las almas se salvan de rodillas».

En la cita que reflexionábamos anteriormente, decíamos que el tiempo de Dios no coincide con el de los hombres y esto también se cumple en el terreno de la oración, pues Dios nos dará lo que necesitamos justo cuando lo necesitamos, pues con la oración no transformamos la voluntad de Dios, sino que nos preparamos para entenderla y cumplirla. Muchas veces nos desanimamos porque Dios no nos cumple rápidamente lo que pedimos, recordemos la experiencia de Santa Mónica que pidió por más de veinte años (aparentemente sin resultado) por la conversión de su hijo Agustín; pero valió la pena esperar tanto, pues Agustín no sólo se convirtió sino que llegó a ser un gran santo.

LAS PRUEBAS MADURAN LA FE
Gén 22, 1- 2
Después de un tiempo Dios quiso probar a Abraham, pidiéndole a su único hijo en sacrificio. La prueba se presentaba aparentemente como una petición salvaje e inhumana, pero Dios bien sabía lo que hacía. Muchos pensamientos pasaron, sin duda, por la cabeza de Abraham: ¿Cómo Dios me concede un hijo después de tanto tiempo y luego me lo quita?, ¿cómo va a realizarse entonces la promesa de descendencia numerosa? Pero Abraham supera todas estas dudas por la fe tan grande que ha depositado en Dios. Sabe que a pesar de todo y contra todo lo que parezca oscurecer las promesas divinas, éstas nunca dejaron de cumplirse; Dios, siendo el autor de la vida, sin duda podrá restituirle a ese hijo y darle muchos más. Con el corazón destrozado está dispuesto a hacer lo que Dios le pide.

Gén 22, 15- 18
Al ver Dios a Abraham dispuesto a tan grande sacrificio con tal de desobedecerlo lo liberará de tal prueba. Dicha prueba no tenía la intención de ver cuánto amor profesaba Abraham, Dios bien sabía que era muy grande, lo que quería era amacizar su fe firme y sólida, por eso, a lo largo de estos años posteriores al llamado, lo entrena a través de pruebas constantes hasta hacerlo un «campeón de la fe».

Aquí encontramos una muy grande enseñanza para todos nosotros: «Las pruebas no son para que nos desesperemos perdiendo la fe sino para potenciar nuestra confianza en el Señor» (czo. 440). Por lo tanto, en cada dificultad debemos ver una ocasión que Dios nos brinda para aquilatar nuestra fe en Él; a medida que seamos capaces de superarlas, Dios aumentará y amacizará nuestra confianza, de manera que podamos superar dificultades aún más grandes.

Es una dinámica muy comprensible dentro de la lógica humana. Si un atleta desea ganar una medalla olímpica, debe someterse a un fuerte y rígido entrenamiento que va subiendo paulatinamente de intensidad. No podrá correr un maratón si no es capaz de correr unos cuantos kilómetros. Así también el cristiano que no lucha por un trofeo, sino por la corona de la Gloria debe asimilar la idea de que sin pruebas no hay crecimiento cristiano.

Es precisamente en las pruebas donde Dios revela sus mayores dones a los que se mantienen firmes, nos dice el cincelazo 428 que nunca debemos desanimarnos ni aún en los momentos en que aparentemente no hay esperanza, «hay que ver en las pruebas un anuncio de gracias especiales que Dios nos va a mandar».
Por haber obedecido la voz de Dios, todos los pueblos de la tierra recibirán sus bendiciones. El cristiano que hace esta misma experiencia se convierte en un eslabón de una larga cadena por la que se transmiten incesantes bendiciones para todos los hermanos. Nuestra respuesta generosa al llamado de Dios genera la conversión de los que nos rodean.

El testimonio que podemos ofrecer los Servidores de la Palabra (sea dicho esto con toda humildad) es que al abandonarnos definitivamente al anuncio de la palabra de Dios, hemos sido recompensados infinitamente, no sólo al transformar nuestras propias familias, sino al hacernos testigos directos de un sinnúmero de conversiones, cambios radicales en los ambientes, y el brotar de muchas vocaciones para la vida misionera, ¿no es maravilloso?

Gen 25, 31- 34
Isaac tuvo dos hijos, Esaú y Jacob. Por ser el mayor a Esaú le correspondía la bendición paterna, pero tanto la desdeñaba, que llegó a cambiarla a su hermano por un plato de comida.

Esta historia nos pone a pensar, cuántas veces y con cuánta facilidad desperdiciamos las bendiciones divinas, cambiándolas por cosas materiales. La mayoría de los hombres abandonan las fuentes que pueden alimentarnos de gracias espirituales, para gozar de las cosas materiales; poco se acercan a los sacramentos y a la palabra de Dios y de la oración sólo se acuerdan cuando tienen una necesidad urgente, prefieren mejor la televisión y los videos, que nos presentan otros modelos de vida en los que le dinero, el poder y el sexo son más importantes. Se nos programa para que adoptemos nuevos estilos de vida que pronto nos causan el hastío y la desilusión, lo dice el cincelazo 752: «Si nos hartamos de los bienes materiales, no queda sitio para los sobrenaturales».
Ahora, hermanos, para terminar nuestra lección quedará como tarea personal leer poco a poco los capítulos 37 al 46 del mismo libro del Génesis, para que se comprenda mejor el concepto «Dios nunca se olvida de los que lo buscan». Es la historia de José «el soñador», el hombre virtuoso y trabajador que a pesar de las grandes pruebas y dificultades de la vida permanece fiel a Dios y recibe abundantes bendiciones.

Así concluimos nuestra lección esperando que haya aclarado nuestro propio concepto de fe y que la misma Palabra que escuchamos haya dejado en nosotros la motivación y el ánimo para emprender, la gran aventura de la fe.


TAREA mandarla al correo
tallerbiblicomsp@hotmail.com

1. En tus propias palabras elabora una definición de fe.

2. Destaca y señala algunos episodios de la vida de Abraham en los que resplandece su fe y su confianza en Dios.

3. ¿Por qué Abraham no logró evitar la destrucción de Sodoma y Gomorra? ¿Cuál habría sido la historia si hubiera habido justos?

4. ¿Crees que nuestra sociedad actual pueda compararse con Sodoma y Gomorra?

5. Señala con los textos bíblicos, algunas virtudes de José «el soñador» y explícalas.


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